Al soplo de un viento favorable y la guía de Dios, llegué un día a Italia, la tierra soñada de
donde partieron los grandes mercaderes de la historia para explorar que había más allá de las fronteras de su mundo.
No puedo explicar lo que significaba para mí llegar al lugar donde nació Marco Polo, el explorador veneciano que estuvo entre los primeros occidentales que viajaron por la ruta de la seda a China y cuyos testimonios inspiraron a miles de viajeros.
Polo es el primer nombre que viene a la mente cuando pensamos en grandes viajeros de la historia y fue uno de los tantos que se adentraron en los montes Himalaya tras los misterios de aquellas regiones orientales, de las que llegaba la seda y las especies.
Los guiaba su gran pasión por la aventura y también su sed de hacerse con riquezas y conocimiento, pero les precedía la historia de una nación, cuyo legado imperial fue tan fuerte, que ató a su suerte la de la gran mayoría de los países europeos.
Mi viaje inició por Venecia, la ciudad donde él nació y aprendió a comerciar en el siglo XIII, la potencia del mar mediterráneo, la más rica de la Europa medieval, la ciudad de las barcas y las góndolas.
Me parecía un sueño poder llegar a los canales de San Marco donde navegan con ese balanceo tranquilo y las hábiles manos que las guían las embarcaciones que hicieron famosa a la región del Véneto en la historia del mundo.
Allí estaba el puente de Rialto, a escasos metros de donde él vivía, como testigo silente de una ciudad levantada en una laguna inhóspita como refugio temporal, para detener el avance de las tribus bárbaras en el siglo V.
También el corazón de un ducado que se posicionó gracias a las reliquias del evangelista San Marcos, que unos mercaderes trajeron desde Alejandría en el año 832 y que la basílica de los cuatros caballos de bronce custodió para la historia.
Consagrada en 1904, San Marcos se convirtió, por su tamaño y decoración, en la más suntuosa de todo Occidente. Ella es, junto a las góndolas, el símbolo de una ciudad ligada desde su nacimiento al agua.
A Venecia la llaman la capital romántica de Italia, porque parece flotar sobre las aguas. Está construida sobre cien islas consolidadas con pilotes de madera y conectadas mediante 400 puentes peatonales y 170 canales navegables, que facilitan los desplazamientos.
Sus embarcaciones son casi una obra de arte en movimiento por su delicada construcción artesanal. Un paseo en ellas te convence del por qué esa región del norte italiano es amada por casi todo el que la ve.
Se asienta sobre el mar Adriático y está bordeada de palacios renacentistas y góticos. Estar allí despertó toda suerte de emociones, porque es un lugar donde la magia es más poderosa que la realidad, gracias a su impresionante arquitectura.
Venecia siempre tendrá que ser observada con los ojos de la historia. En ella terminas haciéndote de un lugar, de un rincón adonde recurrir pasado el tiempo, y esos detalles, admirados con el paso de los años, hacen de ella una ciudad soñada.
El olor que expide su laguna no es precisamente a rosas, como puede sospechar cualquier romántico, pero recorrerla de noche, escuchar la música de los violines en la Plaza San Marcos y viajar por sus canales, es una experiencia que nadie debería perderse.
De vena aristocrática tanto en título como esplendor, estamos ante una ciudad que concentró las mayores rutas comerciales del Mediterráneo y se convirtió con el paso del tiempo en el recinto industrial más grande de Europa.
Por ello, no es de extrañar la influencia bizantina que tiene su Basílica, construida como continuación del palacio ducal.
San Marcos embelesa con su diseño. Es un auténtico prodigio de la arquitectura bizantina, con su suelo de mosaicos y el campanario con vista a los techos rojos de la ciudad.
El palacio Ducal es un símbolo del poder y de la importancia que tuvo este destino. Residencia de los dux, como llamaban a los magistrados supremos, es exponente del gótico y sus fachadas miran hacia la laguna y la plaza, respectivamente.
De acuerdo con la historia, la capital del Véneto fue un gran imperio temido por las ciudades de “tierra”. Su poderío provocó que las fuerzas del resto de Italia se unieran a España, Francia y Hungría en la llamada Liga de Cambray para provocar su decadencia.
Un hecho histórico del siglo XV que unido al descubrimiento de América y al desplazamiento del tráfico comercial hacia el Atlántico, aumentó el sentido de pérdida para los venecianos.
Su flota de 3000 barcos dejó de ser mercantil para ponerse luego al servicio de la guerra, sellando otro capítulo en la suerte de este destino, que concentró gran parte del recorrido por el norte de Italia.
A Venecia la recorrí de día y de noche, hasta llenarme de ella porque llegar a ese mundo de barcas y góndolas, de tránsito de mercaderes, de enamorados y de gente fascinante, fue una añoranza, de esas muchas que he tenido en la vida.
Muy ilustrativo y completo tu artículo, lo q lo hace muy agradable ,dándonos una idea real sobre la belleza e historia de la romántica venecia