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Foto del escritorSissi Arencibia

Sin importar la razón, a Sofía vale la pena acercarse.



Bulgaria es uno de los destinos que sorprende de Europa. Es un país que mezcla paisajes impresionantes con ciudades antiguas, tesoros arqueológicos y un patrimonio de monasterios medievales, que ofrecen un atributo muy cautivador a este destino.


Explorarlo es admitir que muchas culturas le han dado forma y eso es visible en todo el territorio, pero sobre todo en su corazón histórico: Sofía, que se alza ante el imponente Monte Vitosha en la parte este de la Península balcánica.


La capital búlgara es algo diferente a las del resto de Europa. Es pequeña, económica, diversa, fácil de recorrer caminando y con mezcla de influencias.


Tiene una cultura interesante, una historia peculiar, una comida abundante en productos lácteos de calidad y una capital, a la cual, sin importar la razón, vale la pena acercarse.


Es de las más antiguas del continente y está llena de ruinas. Se dice que lo que más atrajo a los tracios y más tarde a los romanos fueron las aguas termales que afloran en los manantiales de estas tierras.


Unos 700 de ellos, con diferente composición, temperatura y propiedades, están diseminados por todo el territorio nacional, haciendo del destino uno de los más sobresalientes del mundo por la calidad curativa del agua.


Un vistazo furtivo a su centro histórico te lleva por la iglesia de Santa Sofía, de estilo bizantino construida en el siglo VI d.c, y la catedral ortodoxa Alexander Nevsky, una de las más grandes del mundo, con una altura de 52 metros.


También a la Rotonda de San Jorge o Sveti Georgi, como le llaman ellos, un templo de ladrillo rojo fundado en el siglo IV que está en pie junto a los restos de la ciudad romana de Serdica y que ha visto muchas etapas sucederse.


Fue construido por los romanos en tiempos de Constantino como un edificio público antes de convertirse en templo pagano, iglesia cristiana, mezquita otomana y una iglesia ortodoxa en tiempos modernos.


Justo en la misma cuadrícula en que fue trazada la capital está la Sofía bizantina con la iglesia de San Nicolás, construida tras la liberación de los otomanos.


Con una decoración de azulejos multicolores y cinco cúpulas revestidas en oro, la de San Nicolás es una vista que engalana la capital de Bulgaria.



En las cercanías a ella, como en todos los territorios donde los turcos ejercieron control, conviven edificios de esa época, dominados  por los grandes espacios interiores y confinados por cúpulas.


Y ya en la parte moderna y comercial que acoge a millón y medio de habitantes, la vista está en todo momento salpicada de una fachada lineal con edificios de paneles de la época socialista, cuando los rusos ejercieron el control sobre Europa del Este.


Pese a siglos de dominación, invasiones y retrasos, hay que decir que cuando te sales de Sofía y recorres el país notas que la fuerza creativa de los búlgaros se mantuvo viva en muchas ciudades y aldeas.


El llamado Despertar Nacional (siglos XVIII y XIX) es un sentimiento plasmado en los lienzos de muchas galerías y que hizo resurgir la cultura de la nación bajo el nombre de Renacimiento búlgaro.


Su arte encarnó el espíritu del pueblo en su lucha por la independencia. Una época que ellos reconocen como “exquisita y estética”, manifestada en los interiores de las casas, en la ropa, en el arte y en las iglesias.


Un período que le aportó color y un aroma especial a la nación toda vez que hubo interés en aplicar elementos autóctonos en bordados, alfombras, paredes y tallas de las edificaciones que construían.


Mantener viva la autenticidad y sus formas únicas se convirtió en un sentir, y eso abarcó, además de la arquitectura, la danza, las tradiciones, el folclore y la vestimenta, donde mantuvieron el espíritu nacional.


Cuando recorres Bulgaria puedes palpar eso y también entender por qué la iglesia ortodoxa búlgara se mantuvo y fue crucial para preservar la lengua y la cultura, incluso durante el período otomano.


Puedes explicarte el por qué la religión sigue siendo una parte importante del tejido social de la nación.


Bulgaria fue de las primeras naciones de Europa oriental en adoptar la fe cristiana y esta se extendió rápido tras el desarrollo del alfabeto cirílico, creado por dos monjes en el siglo IX para su lenguaje.


No hay modo de pasar por alto lo que este detalle significó para mantener viva la fe durante siglos. Hoy existen cerca de cuatro mil iglesias y unos 200 monasterios en lugares remotos del país, porque el 90 por ciento de su población profesa la fe ortodoxa.


No abandoné el destino sin pasar revista a su comida que es tan diversa como sabrosa. Con una base eslava e influencias griegas y turcas, la gastronomía búlgara es abundante en ensaladas, carnes, verduras y quesos, conocidos por sus sabores únicos.



El yogurt es una parte importante de la dieta de los nativos de aquí, donde se dice que su longevidad puede estar dada por los interesantes beneficios que le aporta este nutriente, el cual Bulgaria introdujo en el mundo.


Y con ese toque que trae el paladar, que convida al éxtasis y al disfrute, terminé los días en Sofía, una ciudad pequeña y compacta, perfecta para explorarla a pie.

 



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