Roma convive con su pasado y destaca por eso. Es la capital de un país que posee la huella de tres milenios y una riqueza monumental e histórica de las más vastas y ricas del mundo. Poder conocerla es de los grandes deseos que albergué en la vida.
La ciudad es la más representativa de la región del Lacio y de ella nacieron los mitos que refuerzan su fundación. Es el símbolo de la supremacía romana y de todo el imponente legado del más grande imperio de la antigüedad.
Su historia está ligada al mundo de los celtas, de los germanos, de los judíos, de los cristianos y de los pueblos de Oriente. Hoy se dice que todos los caminos conducen a ella, porque todos los caminos fueron hechos para llegar allí.
Roma fue el corazón de la antigüedad. Tal fue su grandeza, su herencia griega y abarcó tanto en el planisferio mundial, que la caída de su imperio arrasó con Occidente. Por eso es que es de los sitios donde la historia tiene un peso fundamental.
Cuando llegas a la capital revives todo eso. Sientes de muchas maneras lo que está en el sustrato de la nación: esa sensación civilizadora y de infraestructura que en el mundo antiguo solo la daba el estar emparentada con Roma.
De allí salieron los grandes ingenieros de la historia, levantando acueductos, puentes, baños y caminos; los políticos memorables; el derecho y la moda, a partir del gusto por la seda y la estética del vestir, como un factor de prestigio social.
Llegar a Roma me produjo una gran satisfacción, porque ella fue el epicentro del mundo. Fue el lugar donde nacieron las bibliotecas, el pensamiento traído de los griegos y el sistema geopolítico de estabilidad que el mundo conoció como pax romana.
Su historia, arquitectura, religión son destacables, pero también sus pastas, sus salsas, su ambiente y el tener en su interior el estado del Vaticano.
Su encanto es imparable. Ella fusiona la magnitud, el poder, lo antiguo y lo histórico.
Por eso, porque es una exposición de arte al aire libre, y porque sus monumentos y espacios pueden llegar a eclipsar a otros lugares, la llaman la ciudad Eterna.
A ella siempre tendrás que volver, porque es grande y es bella. Su historia es una de las más impresionantes y tiene más fuentes que cualquier otra ciudad, con más de dos mil de diversas formas y tamaños.
Sus monumentos e iglesias están edificados con una piedra caliza de grietas y poros, conocida como travertino. Y tiene tantos que no te alcanzan los días para recorrerlos todos.
Desde la Via Apia hasta el Coliseo, pasando por el Arco de Constantino, los restos del Foro Romano, del Circo Máximo, hasta el barrio Trastevere, en la otra orilla del río Tíber, todo conserva el valor constructivo que da el uso de esa piedra ornamental, de color amarillo y blanco.
De todas las ciudades históricas de Italia, Roma es la que ejerce la mayor fascinación, porque allí las diversas épocas se aprietan unas con otras hasta un grado casi sorprendente.
Son tantos sus atractivos, que lo más recomendable es aventurarse por sus calles.
Una guía recomendaba que lo mejor al llegar a Roma es perderse por ella. Dejar que te invadan sus monumentos, los museos, el arte, la historia, y dejarnos seducir por el paso de los siglos.
Recorrerla sin rumbo es lo mejor que puedes hacer allí, porque esa experiencia es la que te permitirá descubrir plazas encantadoras y secretos de la vida romana que no siempre salen en las guías.
Y es que la capital italiana tiene el encanto de los palacios fastuosos, de los mármoles brillantes, de los monumentos exuberantes, pero también tiene barriadas, con comidas callejeras y ambiente popular en los ambientes pintorescos del Trastévere.
Roma es una de las grandes metrópolis de la humanidad, la cual extendió sus dominios sobre toda la cuenca del Mediterráneo y gran parte de Europa, bajo el mando del poder temporal de los Papas.
Fue el corazón de una de las civilizaciones más antiguas e importantes, que influyó en la cultura, la lengua, la literatura, el arte, el derecho, la arquitectura, la religión, la filosofía y la forma de vestir de los siglos sucesivos.
Por si fuera poco tiene la más alta concentración de bienes históricos y arquitectónicos del mundo. Su centro histórico es expresión del patrimonio artístico y cultural del mundo occidental europeo.
Por eso, mi primer viaje fue a Italia. Retorné a ella un tiempo después y sigo con la intención de volver.
Cuando pienso en esa península de curiosa forma dentro del mapa, revivo el interés que siempre me despertó.
Los libros me hicieron descubrirla años atrás. Tuve ocasión de hacerme una idea de su grandeza con las anécdotas de Cicerón, las revelaciones de Claudio y las frescas memorias de Adriano. Con ellos viajé desde el Coliseo, hasta los túneles de San Angelo.
La Basílica de San Pedro, el Vaticano y la Capilla Sixtina son parte de la enorme riqueza de esa ciudad, la cual llenaría hojas completas.
Su legado es parte de ese tiempo donde no había mundo fuera de Roma, porque lo que existía más allá de los límites del Imperio no se consideraba parte de la civilización.
Impresionante el esplendor de Roma, siempre tus descripciones tan reales q nos haces sentir la presencia de estos lugares como vividas