A Praga la conocí antes de verla por primera vez. Me la tropecé en los libros y la busqué con esmero en el mapa. Soñaba con poder acercarme a su reloj astronómico, a la gótica catedral de San Vito y al bohemio puente, desde cuya vista cualquier sueño es posible.
Llegué a ella después de cruzar el río Rhin y admirar los castillos erigidos sobre las colinas de la región de Baviera, una zona bucólica y romántica del oeste alemán, donde se cultivan viñedos e hicieron fortuna las compañías fluviales.
Tengo que admitir que el año en que visité la capital de la República Checa había sido duro para mí.
Y, sin embargo, estaba parada en ese paseo peatonal, desde donde el caudal del Moldava hace la maravilla de cualquier foto o postal.
Por años soñé con las torres, los campanarios, los templos góticos y la vieja plaza de esta acogedora ciudad. También con el aroma bohemio que desprende la música de la organillera del puente Carlos, construido en el siglo XIV y el epicentro de todo lo que se mueve en ella.
Alguien dijo cierta vez que las viejas capitales europeas se podían definir en tres categorías: las bellas, las obscenamente bellas y Praga. Pensaba en eso y en la magia de ese momento frente a ese escenario tan majestuoso.
Aquello era una gracia divina para mis sentidos. El aire fresco del otoño daba en mi cara, los pájaros revoloteaban y los violinistas callejeros no cesaban de tocar, y eso bastaba por el momento.
Aunque luchaba por comprender mi fisura emocional, me anclaba en la idea de luchar contra el dolor. Tardé años para comprender que aquellos que pueden sumergirse en lo más profundo también pueden ser capaces de elevarse a lo más alto.
Admirar Praga me impulsó a seguir adelante en busca de un nuevo eje de gravedad. Y aunque en ocasiones me daba pánico sentir que el suelo se movía bajo mis pies, yo estaba buscando un camino para subir.
Cualquier sacudida podría manejarla si volvía al momento presente y en ese me encontraba colocando un candado en el puente de Carlos, el más viejo de la ciudad, el que se construyó con el visto bueno de ese rey en 1357.
Con una longitud de 500 metros, unos 16 arcos y tres torres que la sostienen, la estructura –rodeada de santos católicos- era y es la vía de comunicación más importante entre la ciudad vieja, el castillo y las zonas adyacentes.
Además de servir de conexión comercial entre Europa Oriental y Occidental, abre la vista de una ciudad que resume tres épocas.
La primera -de mayor esplendor- con el gótico reinante como movimiento bajo el reinado de Carlos IV, cuando era metrópoli del Sacro Imperio germánico en el siglo XIV.
La segunda -de estilo barroco-, con cierta decadencia por las guerras civiles en el siglo XV, cuando llega al trono checo el primer austriaco y gobierna la casa de Habsburgo, hasta finales del siglo XIX, en que se aprecian construcciones del art noveu.
Enclavada en el corazón de Europa, Praga pertenece a la Bohemia Central. El sueño de llegar a ella tiene mucho que ver con la vista de la Catedral de San Vito y el reloj Astronómico, una de las más auténticas piezas de este corte del mundo.
San Vito es un templo de culto católico que forma parte del conjunto Monumental del Castillo de Praga, es la mayor muestra de arte gótico de la ciudad y fue el lugar de coronación y entierro de los monarcas de la Bohemia y de la alta jerarquía eclesiástica.
El reloj, de corte medieval, es toda una atracción turística, con su cuadrante astronómico en forma de astrolabio que, además de indicar las horas del día, representa las posiciones del sol y la luna en el cielo.
Justo un reloj astronómico es esa clase de pieza que nos informa no solo de las posiciones del sol, la luna, los planetas y las constelaciones del zodíaco, sino que nos brinda informaciones relativas a la duración del día, de la noche, de las fechas de los eclipses y otras en orden de importancia.
El calendario circular con medallones indica los meses del año y sus figuras animadas son un mecanismo de relojería que incluye el paseo de los doce apóstoles precedidos por San pedro, cuando el reloj da las horas.
Ubicado en la pared sur del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, el reloj es uno de los siete de su tipo registrados en el mundo y representa a la Tierra y la visión del cielo desde el horizonte.
Sus colores marcan la aurora y el crepúsculo. Los números, las horas del día, el horario de Praga y el de la antigua Bohemia y los signos del zodíaco, la localización del sol en la elíptica.
Por si fuera poco, hay la creencia en Praga de que el movimiento de sus agujas y el baile de sus figuras aseguran la buena marcha de la ciudad, y que el reloj deje de funcionar trae mala suerte a la misma.
Con esa imagen medieval, su teatro negro, las pieles para cobijo del frío y el sabor de su cerveza abandoné la ciudad dorada atravesando Bohemia y Moravia, la primera donde nació Freud y la segunda donde murió Jacomo Casanova, conocido como el gran vividor de Europa.
Muy bonita Praga me encantan esa ciudades antiguas
Cuántas cosas interesantes estamos conociendo , a través de las narraciones en tus recorridos por países llenos d historia , leyendas y creencias como lo es Praga, q belleza de arquitecturas mezcladas desde lo medieval hasta hoy .
Me alegra asistir a tus pasos. Con ello rememoro la historia de Europa, mi historia hasta los 25 años. Desde allí me fijo en la interpretación del avatar de Hispanoamérica. Ahora desde aquí para enteder la Europa y su avatar reciente. Gracias, por guiarme con el sueño de tus pasos en mi decurso de imaginación cultural.
Sissita qué hermosa Praga!!!.Tuve el gusto de conocerla y sobretodo el Puente de Carlos el cual no he olvidado. Hace muchos años pero ahora rememoro con tu espléndida explicación, que hace que vuelva al lugar. Gracias por detallarnos tan bellos lugares!!!!😘❤️
Amiga sabes algo me encantaría conocer Praga pienso que es muy interesante y bueno Gracias por compartirnos tus experiencias son muy interesantes gracias 🙏