Narrar los Balcanes es como desentrañar un nudo gordiano.
- Sissi Arencibia
- 27 feb
- 3 Min. de lectura

Los Balcanes son una escarpada zona montañosa que se adentra en la costa del Adriático. Un cruce geopolítico por donde pasa la historia de Europa. Una ruta llena de tierras hermosas, relatos míticos y reinos antiguos que los contextos históricos no han dejado apreciar como es debido.
Ir allí es peregrinar hacia la belleza de la geografía, la riqueza cultural del continente. Es venir de vuelta con lecciones que dejaron huella profunda en esa parte del mundo, con una historia tan común como diferente.

En el viaje atraviesas infinidad de portales geográficos porque los pueblos balcánicos han sido habitados por ilirios, tracios, griegos, etruscos, germanos, eslavos, gitanos, turcos, romanos, macedonios, bizantinos, entre otros muchos.
Son asentamientos que fueron dominados por muchos imperios, con reinos adosados, con lenguas, culturas y huellas religiosas diferentes. Regiones divididas por pugnas hegemónicas y repartos; por guerras y barbaridades de todo tipo.

Eso son los Balcanes. Territorios eslavos que emergen desde las sombras y vuelven a vivir otra vez. Que laten por debajo de esos paisajes maravillosos, con una respiración agitada por las cosas que no han resuelto.
Ubicados en un punto en que se unen los intereses y las geografías de Europa, los países que conforman esta península han pasado de todo. Desde guerras internas, conflagraciones mundiales, hasta conflictos étnicos y guerra fría.

Calificados como el corazón de la caldera de la historia, han sido el centro de las miradas en múltiples ocasiones. En ellos empezó la historia del siglo XX y ahí terminó, en una situación compleja y sin salida.
Allí te mueves y la historia se siente diferente en las venas de cada uno, porque viajas a través de siglos, de milenios, por la memoria de todo lo que los divide, pero también por la de todo lo que en su momento los unió.

De este entramado son parte muchas naciones, a las cuales me acerqué, por estar dentro del perímetro balcánico.
A otras las reparé con detalle, porque fueron parte de una liga que las unió y las dividió, como es el caso de Croacia, Eslovenia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Macedonia del Norte y Serbia. Todas estuvieron durante siglos ocupadas por los imperios otomano y austrohúngaro.
Además de la lengua eslava, esas regiones compartieron durante más de 40 años una historia en común bajo la égida de un solo país conocido como Yugoslavia, que agrupaba a los eslavos del sur.

Hay una mezcla de sentimientos e intereses cuando te acercas a esas naciones hoy, porque cada una tiene su propio relato de todo aquello que los sumió en conflictos desgarradores y diferencias irreconciliables.

La ruptura de relaciones entre lazos sanguíneos, por decirlo de algún modo, los llevó a separarse de una forma dramática y aterradora, con altos costos. Cada uno de ellos carga una historia de martirio y esa clama por una venganza.
Por eso es que cuando te acercas a los Balcanes hay que escuchar con respeto, porque cada uno cuenta su propia verdad y al contarla reivindica el destino y la hegemonía sobre su parte que, en su momento, fue la de todos.

Entender los relatos históricos de cada uno es algo muy difícil, contarlos ni se diga, porque cada pueblo tiene una verdad que es la suya propia e ignora la que otros tienen. Pero la que cada uno posee es una parte de esa verdad.
Narrar los Balcanes es como desentrañar un nudo gordiano, algo tan intrincado que nadie lo podía desatar.

El término permaneció en el lenguaje para dar nombre a una dificultad incapaz de resolverse, a un obstáculo complicado de salvar.
El de ellos es uno de los conflictos más difíciles de la historia, porque todo subyace en su esencia.
En esa sensación de quedarse desmembrado cuando caen los imperios, en la angustia del reparto de sus tierras y en la sensación de perder autonomía cuando los convierten en un bloque.

Todos sienten que les falta un pedazo y, cuando pasas de uno a otro, cada guía tiene un relato totalmente diferente y sentido.

Hay mezclas e influencias distintas en sus calles. Croacia muy cerca de la historia romana, Serbia influida por Rusia y Bosnia muy cerca de la cultura otomana.
Es un cruce de fronteras donde todo cambia: el alfabeto, el discurso, el relato.
Un viaje fascinante y complejo, que te acerca a un mosaico de diversidad, donde cada historia es distinta, pese a tener un tronco común.

Acercarme a cada uno de sus pedazos, pasear por sus calles, mirarlos desde sus orígenes, pasando por su música y su comida, además de sus legendarias visiones, me hizo encontrarlos en lo común.
Porque, a pesar de las diferencias, encontrar esos puntos donde ellos convergen, me llevó a lugares diferentes, más cómodos, a espacios más pacíficos y convenientes.

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