La ciudad va revelando detalles que despiertan en el visitante emociones diversas. Por eso será por siempre, París. Ya sea que la descubras a bordo de un barco o la repares desde un café, allí hay mucho que ofrecer y que ver.
Su espíritu está en todas partes, porque ella es refugio, sueño, ideales y una de las metrópolis más intensas del mundo. A ella la descubres caminando, de forma pausada, dejando que las cosas sucedan.
Mi acercamiento a París fue ocho años atrás y tuve tiempo de deambular por sus barrios, chocar con su vida intelectual, andar colina arriba por la Sorbona y llegar hasta Santa Genoveva, a la iglesia del panteón, donde están enterrados los más ilustres.
Allí está Alejandro Dumas, Voltaire y Víctor Hugo, el famoso escritor que destacó a Francia en la literatura y a quien se le debe que la extinta catedral de Notre Dame haya pasado la prueba de los tiempos.
Llegar a ella en aquellos años fue toda una remembranza. Me recordó los episodios que tenían lugar en lo alto del Campanario, donde Quasimodo se refugiaba para ocultarse de las miradas, y desde donde observaba el bullicio de las calles.
La imagen del jorobado colgado del campanario sumido en la tragedia, entre la soledad y la tristeza, le dio vida a esta catedral, que en su momento fue un símbolo de la ciudad.
Venía con todo eso en la cabeza, porque París era la ciudad de Los tres mosqueteros, de Los Miserables, títulos que habían formado parte de mi menú de lectora compulsiva en la juventud.
Pero también era la capital de El Sena, de la torre Eiffel, de los muelles, de los cafés, las librerías, los mercados, los barrios, los boulevares y de ese horizonte hermoso, con la silueta inconfundible del templo gótico.
Y aunque hoy la estructura del siglo XII está en proceso de ser restaurada luego de un devastador incendio ocurrido años atrás, lo cierto es que el templo de la isla de la Cite, siempre estará entre las mejores referencias cuando se hable de París.
Justo en ese punto nació la ciudad y era de los edificios más antiguos de cuantos se construyeron de estilo gótico, con sus coloridos rosetones, sus dos torres con 16 campanas y la abundancia de la decoración escultórica.
Siempre habrá que hablar de ese ícono, que antecedió en movimiento artístico al uso de la cúpula en las catedrales y que hoy se intenta restaurar lo más apegado a sus valores.
En él se coronó emperador Napoleón Bonaparte y se llegaba luego de deambular por el barrio latino, centro de la vida intelectual de la ciudad.
Acercarme a él ocho años atrás fue tan singular como la vista del palacio renacentista construido después, que acabó convertido en el centro de arte más famoso del mundo.
Con una de las mejores colecciones de todos los tiempos, el Louvre resume la historia de la monarquía francesa, desde los años en que Enrique II y Catalina de Médicis llevaron a la ciudad luz los encantos de los florentinos del Renacimiento.
El edificio queda al fondo de una gran plaza y su fachada, en forma de herradura, lo hace -tal vez- el más largo de Europa.
Majestuoso y amplio, el museo conserva unas 65 mil piezas que requerirían semanas para verlas. Un itinerario reducido te acerca a sus más famosas: La Mona Lisa, de Da Vinci; La Venus, de Milo y la Victoria Alada, de Samotracia.
Las dos últimas esculturas son obras helenísticas atribuidas a artistas de la escuela de Rodas del siglo II antes de la era cristiana y se dice fueron encontradas en Milo y en Samotracia, respectivamente.
La Victoria representa una figura femenina posada en la proa de un barco, envuelta en unas finas ropas que el viento adhiere a su carne. Se halla expuesta en una escalera del palacio parisino y para mí fue lo más singular.
Sin embargo, muchos pasan sin detenerse en la maravilla griega y corren en busca de la Gioconda, expuesta en medio de una multitud que no sabes si contempla o venera un cuadro resguardado por una vitrina.
Entre lienzos de gran formato y ese aire seco, desionizado que contrarresta los efectos corrosivos del dióxido de carbono que despiden los visitantes, las salas del Louvre son como laberintos.
Allí están importantes colecciones y pinturas, como La Libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix, uno de los cuadros más famosos de la historia y que pasó a formar parte de la reserva del Louvre.
Al museo accedes luego de tomarte la foto del recuerdo en su nuevo acceso, casi tan famoso como el mismo por el osado proyecto erigido a la entrada, donde una polémica y moderna pirámide de cristal te permite acceder al vestíbulo.
Construido 20 metros por debajo del nivel de la calle como un espacio inundado de luz, es el detalle más curioso dentro del conjunto, cuestionado por quienes creen que destroza la sobriedad del patio renacentista y al propio tiempo elogiado por los amantes de fusionar lo antiguo con lo moderno.
Lo cierto es que con esa estructura de paneles de cristal entró El Louvre en el nuevo milenio. Y, cuando estás frente a ella tienes que admitir la osadía de quien encargó su construcción, porque es su nota más reveladora.
En esta página todo lo q describes y muestras,a través ,de un bonito trabajo fotográfico son ejemplos de lo mucho q Francia tiene q ofrecer, desde sus grandes escritores, lugares mundialmente conocidos , pintores y sobre todo una gran historia,q hasta hoy han trascendido para poder ser conocidas.