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Foto del escritorSissi Arencibia

Los monasterios son visita obligada en un viaje a Bulgaria.



Mas allá de su valor sagrado, los monasterios son para los búlgaros un factor de identidad nacional, porque ellos ayudaron a conservar la lengua y el arraigo a lo ortodoxo en tiempos de ocupación imperial.


Bachkovo es uno de esos sitios que ellos te llevan con orgullo a ver para que sientas cómo sus raíces se mantuvieron vivas por entre aquellas paredes levantadas en lo alto de un risco, en las montañas de Ródope.


Fundado en el siglo XI, el complejo religioso es junto a Rila y Troyan uno de los orgullos de la nación. Es de los monasterios más antiguos de la península de los Balcanes, adonde tuve ocasión de acercarme recientemente.


Está situado en un entorno natural de montaña y relacionado con tres culturas: bizantina, georgiana antigua y búlgara. Conserva monumentos únicos y valiosos de arquitectura y pintura, típicos de la cultura ortodoxa oriental.


Con Bachkovo me acerqué al mundo búlgaro. Fue de los primeros lugares a los que llegué y luego con Rila terminé completando la perspectiva del papel que jugaron en la historia nacional.



Los monasterios son una visita obligada en cualquier viaje a este país. Los monjes han mantenido en pie muchos de ellos desde hace siglos, dándole un valor significativo en la preservación de la fe, la letra impresa y el arte del país.


El de aquella jornada se trataba de un edificio de dos pisos, de planta cuadrada con dos patios interiores, donde están los murales pintados por Zacarías, los íconos del mundo ortodoxo y una fe e interpretación distinta del cristianismo.


Esa es la primera sorpresa cuando uno viaja de un mundo católico que subyace por el corazón de la América: la existencia de un mundo cristiano tan antiguo como aquel de donde uno proviene y donde es imposible encontrar un trozo de pared sin pintar.


Una fe remota, con la que tienes que chocar y que nadie nunca te contó, porque en materia religiosa ninguno cuenta la historia del otro.


Es revelador el iconostasio dorado y el icono milagroso de la virgen, motivo por el que llegan allí cientos de peregrinos. Quedé impresionada con la cantidad de expresiones religiosas tan bellas, tan nuevas, tan desconocidas para mí.


De donde yo vengo, las iglesias tienen imágenes tridimensionales, imágenes que se parecen a los seres humanos; las ortodoxas tienen esa especie de biombos que son los iconos, los cuales representan la divinidad, el contacto con lo sagrado.


En Bachkovo se pueden ver los monjes, los popes (sacerdotes ortodoxos) y hasta en una pretensión más abarcadora convivir con ellos.


Es un lugar donde se respira tranquilidad e historia y es parte fundamental de la escapada que se hace desde la ciudad de Plovdiv, la más antigua de Europa.


Al complejo te acercas con veneración porque, pese a ser saqueado por fuerzas invasoras en siglos pasados, no perdió el control de su legado histórico.




A diferencia de otros países de la región donde la historia la escribieron los turcos, en Bulgaria ocurrió algo distinto. Se aferraron a la lengua, a la religión, y los monasterios tuvieron un gran papel en la custodia de esos valores sagrados.


Muy a pesar de los cinco siglos de dominación del imperio otomano, los búlgaros no perdieron su raíz, no dejaron de tener sus íconos, los cuales están prohibidos en el islam. Su cultura sobrevivió, también la lengua y el alfabeto.


En algún momento de la historia, Bulgaria se encontró en medio de la pugna de dos fuerzas cristianas: los bizantinos y los romanos. Juntado entre etnias tracias y eslavas, además de la búlgara, cada una con un nivel de creencia, en el país afloraron las diferencias y eso llevó a unificar la religión.


Y con ese paso el rey búlgaro de aquellos tiempos se situó a un nivel con los dos potentes vecinos cristianos. Se comienza en el siglo IX a traducir los libros en búlgaro y se acepta esta como cuarta lengua permitida por la iglesia en aquel momento.


Ser reconocido por el Papa y los bizantinos y poder oficiar misa en la propia lengua, era lo máximo que se podía aspirar. El pueblo comienza a entender la religión y, cuando llegan los invasores, chocan con un orden poderoso.


Pocas cosas pueden oponerse a la espada de la dominación, pero la fortaleza de la religión y el arraigo de alguna manera te diferencian con el que te ataca. En Bulgaria, eso les permitió agarrarse, les permitió ser, y también diferenciarse.




 

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