Los bosnios disfrutan de un café sin importar las diferencias.
- Sissi Arencibia
- 27 mar
- 4 Min. de lectura

Los Balcanes son un rincón geográfico con puertas mágicas. Cada vez que abres una te lleva a un reino, a una leyenda y a una historia diferente. Sales de un lugar y llegas a otro y es como si estuvieras en otro tiempo, en otra geografía y eso el camino me lo dejó ver más de una vez.
Pasar por todas esas fronteras, llenó de conexiones mi viaje, puso en mi cabeza un sinfín de realidades, algunas más complejas que otras, y me llevó a entender el por qué en lugares como Sarajevo se reivindica hoy la multiculturalidad.

Allí el relato se pone más bravo, porque entrar a territorio bosnio es abrir la puerta a la diversidad en su máxima expresión, a la tolerancia religiosa y a una especie de convivencia que solo se da natural en la gente de allí.
Es entrar en un espacio donde convergen musulmanes, católicos, judíos y ortodoxos. Es sentir que un límite pequeño y común junta una profusión de estilos religiosos entre basílicas, mezquitas catedrales y sinagogas.

Sarajevo es una ciudad pequeña, pero en ella convergen en paz todas las religiones y esa es su mayor riqueza. Encontrarlos hoy tranquilos, pacíficos, fumando narguilé y disfrutando de un café sin importar las diferencias, es su característica más peculiar.
Desde la magia de sus cafecitos y el estilo otomano presente en la gran mayoría de sus espacios, sus habitantes se reconstruyen cada día, porque si una realidad fue cruel hasta el cansancio fue la que ellos vivieron.

Muchos no tienen idea de la huella que marcó este lugar, cuando caminan por su paseo adoquinado, lleno de delicias, con unos postres de los cuales son artesanos exquisitos y una cultura cafetera que es toda una tradición en el sitio.
Allí hay puntos de dolor que todavía laten bajo esa apariencia tranquila. Hay cicatrices y cementerios que te llevan a recordar el cerco que sufrió Sarajevo por espacio de seis años, cuando los enclaves se convirtieron en escenarios de guerra.

El sitio de Sarajevo fue el asedio más prolongado a una ciudad en la historia de la guerra moderna. Se produjo en la década de los años 90 durante la guerra de Bosnia, tras su declaración de independencia de Yugoslavia.
El mundo se mantuvo impasible ante esa realidad balcánica, que muchos museos recuerdan, y que terminó con los acuerdos de Dayton, cuando las fuerzas serbias abandonaron sus posiciones en las inmediaciones de la capital bosnia.

Gravemente dañada y con pérdidas cuantiosas de vidas humanas –el 85 por ciento de las cuales eran civiles-, ese período fue el más catastrófico en su historia desde la I Guerra Mundial, la cual se desató desde allí cuando en 1914 asesinaron al archiduque Franz Ferdinand.
Una esquina recuerda ese hecho, pero ni siquiera eso quedó en la memoria tan latente como aquel cerco donde los ataques esparcieron el terror entre la población.

Ese trasfondo histórico dejó huellas en una nación, que se levantó desde el fondo de las tinieblas para reconstruir.
Detrás de la historia del ayuntamiento (de estilo morisco) y de esa casa (Inat Kuca) que es todo un símbolo del sitio, porque significa para ellos la familia y los sentimientos, hay una mentalidad de orgullo en la gente aquí.

Nada más te acercas al país, te remarcan ese hecho y te explican que la arquitectura con influencias islámicas obedece a las culturas de dominación a lo largo de los siglos.
Hay que decir que en casi toda la ciudad reina ese espíritu del siglo XVI, cuando los turcos dominaban el territorio. Durante cuatro siglos ellos crearon aquí su mundo, su historia y al hacerlo, le dieron a Bosnia ese carácter otomano que no tienen otros pueblos de los Balcanes.

Después de los tiempos medievales hasta la I guerra mundial su presencia le impregnó al territorio ese espíritu comercial y lo convirtió en lugar de paso para comerciantes y en un terreno geográficamente importante.
La religión, mayoritariamente musulmana, jugó aquí un papel diferente al resto de los países balcánicos, porque el cristianismo carecía de raíces fuertes cuando entraron los turcos.

Bosnia es el único país de la zona donde el islam entró con facilidad y con él la cultura en torno al café, con una especie de preparación al estilo turco que la gente de aquí se niega a admitir que se deba nombrar así.
Aunque asimilaron muchas cosas, los locales hicieron suyas algunas tradiciones, como esta, donde muelen el grano y preparan el café en dos ollas de cobre de cuello alto y asas largas) que ponen a hervir tres veces para garantizar el aroma, el sabor intenso y la buena espuma.
El café es un mundo cautivador y un rito hospitalario que se saborea en torno a la mesa. Es parte importante de que te sientas bien en el lugar donde te es brindado.
Los bosnios exigen tomarlo sin azúcar para destacar su sabor. Colocan en cada taza un terrón de azúcar para mojarlo en el líquido y, de esta manera, el café se queda en el azúcar y no el azúcar en el café.

Ese es uno de los secretos mejor guardados de este lugar. De las sorpresas que te puedes encontrar, más allá de su arquitectura de origen otomano y su rica mezcla de culturas, es que sus habitantes tienen una gran debilidad por el café.
Según me fue explicado, es una parte significativa de la vida diaria, un momento de relajación que ellos disfrutan. Para la cultura local, ese espacio y ese tiempo que se dan a sí mismos comienza con el café.

Interesante, amplia y épica historia cargada de una rica mezcla de culturas,q nos has llevado a transitar en este buen trabajo ,mostrando sus actuales costumbres y esplendor arquitectónico q han mantenido ,a través de los siglos .