Matizada de azulejos y de una luz que viene del mar y de su historia, la ciudad de Oporto hace de Portugal un emblema cuando se habla de este arte, introducido a la Península Ibérica por los árabes en el siglo XIII.
Los azulejos portugueses se consideran uno de los 12 tesoros de Europa y es uno de los símbolos con los que se suele identificar a este país, al cual llegaron a través de Castilla, proveniente de grandes centros de producción españoles.
Desde el mar hasta sus barrios resulta difícil no encontrárselos. Ellos recorren estilos y lenguajes de todos los tiempos y llenan de color la visita a esta ciudad costera del norte, conocida por sus imponentes puentes y la producción de oporto.
Cada una de esas pequeñas losas refleja el alma de un país maravilloso, sus leyendas, la alegría de sus navegantes y los siglos de triunfo ganados en el mar.
Viajar por Portugal es visitar un auténtico museo vivo de la azulejería, pero justo en esa ciudad, bañada por el río Duero, nos sorprende hasta en las antiguas estaciones ferroviarias, como la de San Bento, una de las más bellas de su tipo en el mundo.
Inaugurada en el siglo pasado, su atrio es cubierto por 20 mil azulejos, al igual que las paredes del claustro de la catedral gótica, que con sus dos torres y el rosetón destaca en todas las fotos de esta ciudad y es divisada desde cualquiera de sus puntos.
También la iglesia construida por la tercera orden del Carmen en la mitad del siglo XVIII y hermanada con la adyacente iglesia de los carmelitas, ofrece un mural que da la bienvenida a todo el que camina por las calles.
Derivado de la palabra árabe al zuleique, que designa una pequeña piedra lisa y pulida que utilizaban los musulmanes en la Edad Media para decorar los suelos y paredes, el arte decorativo de los azulejos caló aquí más hondo que en ningún otro país europeo.
Según fuentes históricas, fue hasta el siglo XV que los reyes portugueses se fijaron en él y decidieron adoptarlo para sus obras arquitectónicas.
Aunque su uso es común en diferentes culturas, la nación portuguesa recibió la influencia del norte de Europa y de Italia, desde donde se importó la técnica mayólica que hizo posible una pintura de gran calidad sobre los mismos.
La técnica es una de las más populares en la actualidad. La misma permite pintar sobre el azulejo y dejar un sello de su autor. Su llegada permitió que patrones de pintura se mezclen y adquirieran influencias del estilo gótico.
De esta manera, los interiores, especialmente de iglesias, conventos, palacios, casas, fuentes y jardines se recubrieron de estas losas con dibujos y patrones repetitivos que llegaron a alcanzar grandes dimensiones.
Durante la época barroca (1690-1725), los maestros pintores reprodujeron sobre grandes paneles de azulejos escenas de la Historia Sagrada, dibujos costumbristas y pasajes de la historia de Portugal, haciendo que este arte se mantuviera adherido a la historia nacional.
De ese legado árabe inicial, que hacía uso de los tonos y la policromía, se quedaron los diseños en azul sobre fondo blanco, al igual que la porcelana china, muy difundida en la época y que se decantó por el tono bicolor.
La personalidad del azulejo portugués tiene la mezcla de muchas culturas e influencias. En sus talleres se aplicaron técnicas tradicionales y otras extranjeras importadas, hasta pulir un producto destinado a embellecer todo tipo de vías artísticas, fachadas y hasta joyas.
Las corrientes más vanguardistas siguen utilizándolo de forma notoria, marcando el arte público. Aunque tradicionalmente se utilizó para arquitectura y decoración interior, a mediados del siglo XIX, el azulejo baja a la calle y se populariza.
Algunas fachadas se transforman en largas paredes cerámicas, dando un toque de color a la ciudad y haciendo de este arte una forma económica de proteger muros y fachadas contra la humedad.
De ese entonces acá, el arte decorativo se atreve a salir del interior de las iglesias, para hacerse presente en la vida cotidiana de los portugueses. Las pequeñas piezas son hoy uno de los souvenirs más populares de las tiendas de recuerdo.
Así pasó a formar parte de su esencia y se convierte en una de las señas de identidad de esta nación, célebre además por los fados, la expresión más conocida de la música portuguesa, en la que se transmiten las experiencias de vida a través del canto.
Esa frustración y fatalismo que surge en los arrabales humildes, en los ambientes tabernarios y portuarios de la ciudad se refleja en ese estilo musical caracterizado por su carácter melancólico y nostálgico.
Y con el toque del fado y la degustación de ese vino licoroso, natural y fortificado que tiene su origen en las castas producidas en la región del Duero, con un proceso de fabricación tradicional, me despedí de la bella Oporto.
La interesante ciudad que alberga una de las bodegas más famosas de ese vino del mundo y adorna su ribera con unas embarcaciones llamadas rabelos, utilizadas para transportar los barriles del destilado por el río para su añejamiento en las cavas de Gaia.
Allí sobre el barrio de Ribeira, desde esa vista espectacular que es casi como una postal, la de sus casitas de diferentes colores, que servían como faro para los barcos que entraban desde el Atlántico por el Duero, dije adiós a Portugal.
Como siempre super interesante , aprendí muchas cosas q no conocía sobre tan significativa historia de los azulejos en la cultura de Portugal.
Como siempre aprendiendo con tus interesantes relatos
Hermoso y súper interesante estos lugares mi sisi que bendición poder conocerlos y muchas gracias por compartirlo con nosotros dios te bendiga siempre