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Foto del escritorSissi Arencibia

Llegar a Jerusalén formaba parte de mi viaje y de mi esencia.


Desde que uno es pequeño cree tener la intuición de que hay una conciencia detrás del universo.


A medida que creces, y consideras la precisión de las matemáticas, la fiabilidad de la física y la simetría del cosmos, sientes la huella de un ser viviente, la sombra de una fuerza muy grande, que está fuera de nuestro alcance.


He vivido y viajado a través de esa fuerza y, aunque no esté en condiciones de explicarlo mucho, sé que esos deseos de estar en todas partes, de hacer caminos cada día y alimentar de anécdotas el cajón de recuerdos, fueron colocados en mi corazón por una voluntad mayor.


La misma que me susurra al oído que nadie puede perder de vista lo que quiere, que me hace caminar cada día en dirección a mi destino y me impulsa a llegar a límites desconocidos para que cuente historias, como la de este viaje.


Pisar el suelo de Jerusalén habla de la defensa de los sueños, del deseo de realizarlos, de la satisfacción de vivir mi leyenda, de las ansias de hacer de la vida algo extraordinario y de creer en la fuerza de las palabras.


Llegar a la ciudad sagrada fue un deseo de años, alimentado con libros, con narraciones de cruzadas milenarias, con pasajes de historia aprendida, y con la paciencia de creer que un día podrías vivir la experiencia.


Era una aventura que, en ocasiones, parecía flotante, detenida, lejana. Unas veces por guerras, otras por conflictos religiosos, pero la primera de todas por pertenecer a un lugar lleno de gente soñadora, pero resistida a pensar que los anhelos pueden llegar a cambiar el orden de las cosas.


El contacto con ese paisaje bíblico formaba parte de mi viaje y de mi esencia, y muy a pesar de las distracciones y el desaliento de aquellos que viven en un silencio espantoso, siempre caminé en dirección a ese objetivo.


Decían unos versos del poeta Walt Whitman que no podemos remar en contra de nosotros mismos. Aunque la marea te arrastre, Dios se encarga de reconducirte.


He regresado feliz de poder vagar por los callejones de la vieja ciudad oriental, a la que Jesús llegó un día con la poderosa fuerza de su palabra y la convicción de que con ella se podía cambiar el mundo.


La misma donde David fundó su reino y gobernó Salomón. La antiquísima y sagrada, la que te roba el corazón desde el primer momento, la que desprende fuerza desde sus piedras, el lugar donde el espiritualismo envuelve al más escéptico.


Tres veces santa, Jerusalén está cargada de leyendas y simbolismo. Para los musulmanes es la tercera ciudad en importancia después de la Meca y Medina. Para los judíos es la capital del rey David y para los cristianos, el camino hacia Dios, porque en ella transcurrió la vida de Jesús.

Se dice que también allí el profeta Mahoma ascendió al Paraíso. Una mezquita con cúpula dorada en lo alto de una roca se encarga de recordarnos que también es un espacio sagrado para cualquier musulmán.


Cuando la divisas desde el monte de los olivos topas con el dorado visible, donde en su momento se alzó el Templo de Salomón y donde también los judíos creen que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac.


No hay como escaparse del amasijo de culturas que atesora la ciudad hebrea. Sus diversos barrios te dan la potencia espiritual de ese sitio sagrado, conquistado por múltiples naciones a lo largo de la historia.


Tal vez camines por el mundo y no encuentres un espacio como este que junte tantas culturas y credos en pocos kilómetros cuadrados. Ya sea que cruces por la puerta de Jaffa, la de Damasco, o la Oriental, en todas está escrita la historia.


Sus ocho puertas llevan milenios dando acceso a peregrinos y comerciantes, quienes hacían al menos tres peregrinaciones anuales a la ciudad vieja en la época de Jesús.


Hoy los tránsitos son más turísticos, pero el interés sigue siendo el mismo. Y es que detrás de las piedras, de los muros, de las calles y hasta del olor a acacia de esa ciudad clara y uniforme, considerada la puerta de entrada de Israel, están las manos de Dios.



Por eso cada mañana, cuando el sol salía y revelaba aquel entorno, recordaba y me repetía los versos del poeta americano: “no dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No abandones las ansias de hacer de tu vida algo verdaderamente extraordinario”.




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14 Comments


Denis Fuenzalida
Denis Fuenzalida
Apr 20, 2023

Gracias por compartir tu experiencia y los conocimientos, espero un día poder conocer ese lugar tan maravilloso que en lo personal me gustaría ver con mis propios ojos, vivir y sentir la historia qué aconteció hace miles de año. Espero alcanzar ese sueño que anhelo tanto.

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lesdysv
lesdysv
Oct 12, 2022

Mi vida me queda claro que tu mision es esta enseñarnos y conocer todas esas maravillas que nos trasportas hasta ahi

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credondo2001
credondo2001
Oct 12, 2022

Sueños, crecimiento, felicidad, cosas a tener en cuenta cada día, nunca dejar de intentarlo. Excelente articulo, experiencia inigualable. Gracias Sissi

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Estrella Hernandez
Estrella Hernandez
Sep 29, 2022

Imagino tu emoción al encontrarte con tanta historia en un lugar tan sagrado como es la tierra donde vivió Jesús ,todo un privilegio para cualquier persona que pueda visitarlo y que pueda con su hábil escritura como tú describir y dejar ver ante nuestra imaginación la belleza de cada lugar recorrido ,

pero lo más valioso es que en cada capítulo nos enriquecemos de nuevos conocimientos ,geográficos, culturales, sociales e historicos de este andar junto a ti .

Siempre seguirás creciendo xq sé q no abandonarás tus sueños los q ya te han llevado a lograr cosas extraordinarias.

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Odalys Hernández Fuentes
Sep 28, 2022

Un nuevo hermoso viaje, pero mucho más interesante por su historia sagrada, gracias por llevarnos de la mano.

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