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Las piedras megalíticas son de lo más curioso de Irlanda.

  • Foto del escritor: Sissi Arencibia
    Sissi Arencibia
  • 2 ene
  • 4 Min. de lectura


Si una vista es pintoresca entre las antigüedades de Irlanda es la de un dolmen, como se le conoce a ese monumento sepulcral del período neolítico donde se encontraron vestigios de prácticas que datan seis mil años atrás.


De proporciones exquisitas, el de Poulnabrone es quizás uno de los más llamativos y atractivos del país por su misterioso nombre, su evocadora forma, sus hallazgos y la manera en que se eleva desde una extensa plataforma rocosa.


Fue construido sobre un paisaje kárstico único formado por piedra caliza justo al lado de la ruta turística del Parque Nacional de El Burren, un distrito rocoso en las proximidades del condado de Clare, al oeste de Irlanda.


En esa vasta zona, considerada entre los paisajes más fascinantes de Irlanda, se concentran diversos asentamientos arqueológicos, unas 90 tumbas megalíticas, fortificaciones circulares, y varios dólmenes, también conocidos como tumbas de portal.


El de Poulnabrone hizo la foto de aquel día, porque es de las cosas más curiosas que me había revelado el sitio. Está sobre un montículo circular que mide unos 10 metros de diámetro y su nombre se traduce como agujero de penas.  


Esos monolitos siempre han sido de las grandes interrogantes de estas tierras. Aunque no sabemos mucho de su origen, se dice que ese tipo de monumentos donde las piedras sirven de pilares datan de finales del neolítico y comienzos de la Edad de Bronce.


Estamos hablando de un periodo comprendido entre 4200 y 2900 a.c. y su finalidad era servir de tumbas.


Se presume que hayan sido erigidos sobre muertos poderosos o fueran memoriales de grandes sucesos que tuvieron lugar donde se encuentran, pero en la modernidad desconocemos la verdadera razón por la que se construyeron.


Lo que sí es cierto es que cuando los contemplas, todavía en pie, con su silenciosa fuerza, hay que admitir una antigüedad remota, una presencia cultural, religiosa y cósmica en ellos, que te lleva a considerarlos entre lo más singular del destino.


El de Poulnabrone consta de una piedra lisa de tres metros de largo que descansa sobre otras dos dispuestas a modo de puerta y estas a su vez sobre un túmulo que se estrecha hacia el este, y ofrece estabilidad al conjunto.


Después del dolmen de Brownshill en el condado de Carlow es la estructura de su tipo más grande y conocida del país, donde se calcula que existen unas 172 cámaras de piedra de este corte.


La que mis ojos alcanzaron a ver esa mañana está situada sobre un camino pedregoso en uno de los puntos más desolados y altos de la región. Una extensión que abarca unos 300 kilómetros cuadrados y que guarda bajo su aspecto solitario varios secretos.


Además de una historia geológica, en ese monumento prehistórico se encontraron restos de una treintena de personas y objetos entre hachas de piedra, colgantes de hueso, cerámicas, cristales de cuarzo y armas.



La datación por radiocarbono indica que la tumba probablemente se utilizó entre el 3800 y 3200 a.c y en la mayoría de los casos la patología y la condición física de los restos indicaban vidas jóvenes dedicadas a trabajos físicos duros.


Por los hallazgos encontrados en ese enterramiento y por ser de difícil acceso en el momento en que se construyó, se estima que podría estar relacionado con un centro de ceremonias y rituales durante la edad de Bronce y hasta bien entrado el periodo celta.


Detrás de él hay toda una historia, aunque se considera que este tipo de estructuras funerarias fueron construidas por agricultores neolíticos que eligieron el lugar como enterramiento colectivo o bien como marcador territorial dentro del paisaje.


Hoy día lo que se aprecia es el esqueleto de piedra del monumento original, el cual en su versión inicial habría estado cubierto de tierra y sus losas estarían coronadas por un túmulo. Su posición es visible desde todos lados, cerca de la importante ruta norte sur.


Penetrar los misterios de ese patrimonio histórico es una tarea de la ciencia, pero seguirá siendo una incógnita cómo se levantaron y transportaron esas enormes piedras, a menudo desde distancias considerables.


Aunque uno no tiene mucha idea de lo que está viendo cuando se acerca, lo cierto es que estos espacios de piedra son muy comunes en Irlanda y son un sólido testimonio de la fuerza y cohesión de quien las construyó.


Convincente o no, sus piedras cuentan una historia de poco más de seis mil años, muy cerca de los acantilados que miran al océano Atlántico y el repiqueteo de las olas de Moher.


La roca levantada en El Burren es un signo de poder que nos desafía, porque solo ella es de por sí un elemento propicio para desatar toda suerte de leyendas.


Para un pueblo de imaginación ardiente, los recuerdos de los difuntos se diluyeron y fueron reemplazados por cuentos populares que habitan hoy en el mismo espacio geográfico que esos recuerdos lejanos de las cámaras de piedra del período neolítico.


Si uno se detiene sobre ese atractivo singular que evoca tiempos muy antiguos, das por sentado que su presencia terminó influyendo de muchas maneras la mente de los poetas irlandeses.


Ellos buscaron inspiración en ese rico espectro geográfico para hablar del aire, del cielo, de la frescura de la colina, de la montaña y el mar de su Irlanda, cuyas piedras tienen protección especial porque están relacionadas con su folclore.


Hay elementos de audacia en la construcción de esa estructura, asentada sobre un sistema de cavidades y grutas usadas desde la prehistoria. Y, aunque hoy se ha perdido todo ese conocimiento, nos queda su presencia para recordar.



 

 

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Sobre este blog

Mis pasos han tenido la suerte de andar muchos caminos. Algunos con curvas que me hicieron caer; otros filosos en los que superé pruebas dolorosas y muchos gratificantes, que me llevaron a cumplir el sueño de explorar el mundo. Leer más.

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