Las Antillas cuentan su historia a través de la música.
- Sissi Arencibia
- 1 ago 2024
- 4 Min. de lectura

Cuando me aventuro por el mundo llevo toda la historia conmigo. La de mis años jóvenes, la que aprendí en la escuela y aquella que los libros me ayudaron a comprender. Con ellos viajé a muchos lados y conocí de cerca el trasfondo de las maravillosas historias contadas por Alejo Carpentier en El reino de este mundo.
De su mano llegué un día a La Española, la isla de la que salió esa novela, que arranca con la magia de Mackandal y termina con una sublevación de las más dramáticas y extrañas que recuerde la historia.
Con su visión pude entender el relato de esa porción insular que comparten Santo Domingo y Haití y que -de cierta manera- también a mí me define.

Aunque yo proceda de otra diferente, localizada un poco más acá en el mapa, la historia de las Antillas es bastante común, porque sus grandes momentos y los espectros culturales tan diversos que hoy vemos en ellas fueron definidos sobre las olas del mar.
Da igual si llegas a Cuba, Dominicana, Puerto Rico, Jamaica, Haití o Barbados. Su historia y las denominaciones que tienen en la actualidad tuvieron su origen en la época en que los imperios se batían a duelo por el dominio de las rutas del Atlántico.

De una forma u otra casi todas tienen un tronco común en el relato histórico porque fueron rutas de piratería, botín de los imperios y puntos de la geografía adonde fue llevada la mayor cantidad de africanos para trabajar las plantaciones.
Su suerte estuvo ligada de una forma dramática al azúcar, un producto por el que vivieron las experiencias más duras y amargas, y a la postre terminó definiendo su historia, cultura y todas las vicisitudes de estos pueblos.

De las islas se alimentó la historia del azúcar, del tabaco y del cacao; la historia de las religiones con los yorubas y vudús procedentes del reino de Benín; y el amplio espectro musical, marcado por el calipso, el reggae, el son y el guaguancó.
Y ese mosaico de universos culturales, de los más fascinantes que uno pueda imaginar, lo comprendí a medida que crecía. Valoré y estudié el sincretismo y la respuesta histórica que cada una de estas islas fue dando al fenómeno de la esclavitud.

Sus procesos de rebeliones e independencias y los impresionantes mensajes que salieron de parte de ellas al mundo fueron dándose a través de la música.
Cada una buscó contar su historia a través de los instrumentos que tuvieron a mano.
Los clamores contra la injusticia y el racismo traspasaron las fronteras jamaicanas en la voz de Bob Marley, cuya música pedía justicia alrededor del planeta a través de un ritmo envolvente que los hacía alejar de los conflictos de aquella vida.

Su letra conectó con personas de todo el mundo porque venía de una raíz afín a estos pueblos, cuyo carácter cultural nace de la conjunción y expresa el sentir de aquella fuerza de trabajo arrancada de África para trabajar las plantaciones.
Esas comunidades negras que poblaron estas islas y que fueron duramente esclavizadas pudieron sobrevivir a través de la música. Ella fue, por así decirlo, su marca de supervivencia, en medio del horror de la esclavitud.
Los instrumentos que inventaron para hacerla posible fue la forma que encontraron para soportar la dureza de aquel episodio amargo en su historia.
Las Antillas están por todo el Caribe. Algunas se mezclaron y otras no. Se clasifican en mayores y menores. En las primeras están Cuba, Puerto Rico, Jamaica y La Española, dividida entre Haití y República Dominicana.
En la segunda, Trinidad y Tobago, Martinica, Aruba, San Martín, Curazao, Barbados, Bonaire, Guadalupe y Bermudas.

Sus universos son ricos y sagrados también. Fueron edificados en varios momentos. Yo vengo de allí, de toda una cultura hecha de capas y capas de historia. Y eso es lo que nos define.
Ese valor sincrético que muchos no entienden pero que está en el alma de cada caribeño, ese amor por la música que nos mueve y para lo que no hace falta motivo aparente, y ese espíritu alegre, aderezado con la influencia que viene del mar.

Eso es parte de nuestra definición, muy a pesar de que esta fue forjada a golpe de tristeza y dolor, a costa del exterminio de nuestras poblaciones autóctonas, de la pérdida de nuestro valor originario, representado en aquellos pacíficos taínos y guerreros caribes que recuerda la historia.
Las islas fueron descubiertas por Cristóbal Colón, quien viajó a esta parte del mundo en el siglo XV con recursos de la corona española. Luego, franceses, ingleses y holandeses entraron a ultramar a disputarle parte de ellas.
Frente al lucrativo negocio de la caña de azúcar, cada una de las potencias de aquel entonces tenía el Caribe como su objetivo.
El carácter cultural, la diversidad idiomática y la esencia que tiene en la actualidad, se lo dio ese hecho.
Cuba y Dominicana fueron bastiones defendidos por el ultramarino imperio español, que sentó las bases en ellas para explotar las rutas de comercio y la riqueza que extrajo de los virreinatos posteriormente.

De la primera provengo y a la segunda llegué un día porque de ella hay que tirar del hilo para entender. Fue la primera en ser avistada por el navegante y por eso le llaman la ciudad primada de América.
De ella partió todo. Fue donde se alzó Caonabo y Anacaona, pero también donde reinaba como al acecho el espíritu de Mackandal que tan bien contaba el novelista cubano.

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