La historia de San Patricio es esencial para entender Irlanda.
- Sissi Arencibia
- 13 feb
- 3 Min. de lectura

No dejas Irlanda sin andar por las calles de Dublín, esa ciudad de fundación vikinga que atesora el arpa y el libro de Kells, inspiró las famosas historias del Ulises de Joyce, la rebelión de la Pascua, y donde cada año se rinde tributo a San Patricio.
Al pie de una iglesia que lo recuerda cobran vida los recuerdos de aquel misionero que cristianizó el país, y cuya labor fue tan monumental que llevó a los irlandeses a vagar por cada lugar del mundo con sus desfiles llenos de tonos verdes en honor a él.

Su historia es esencial para entender la nación, porque ese monje del siglo V usó el propio tejido, la esencia, los conceptos y las costumbres religiosas del país para evangelizar a sus habitantes, de profundas raíces celtas.
Basándose en el trébol para explicar la Trinidad, logró apartar al pueblo del paganismo y del culto a los ídolos.
A San Patricio se le considera el alma de Irlanda y su templo es uno de los puntos obligados cuando llegas a Dublín.

Sus festividades trascienden las fronteras irlandesas, donde los inmigrantes han llevado nostalgias consigo y el alma de sus pubs, esos puntos de encuentro con una interacción que sobrepasa la música, la bebida y sus espacios animados.
Derivado de la diáspora, los efectos de la hambruna y la migración de más de cuatro millones de irlandeses en el siglo XIX, cada 17 de marzo el mundo se viste de verde y bebe cerveza para celebrar el orgullo irlandés.

Su herencia en el mundo es tal que dicha festividad religiosa se ha transformado en una celebración cultural que engalana las ciudades con desfiles, música tradicional, danzas célticas y atuendos de color verde.
La influencia de San Patricio en la conversión de la nación al cristianismo lo llevó a ser venerado como el santo patrón de Irlanda, donde se le considera un símbolo de unidad y fortaleza espiritual.

Además de crear el imaginario fundacional del catolicismo, fundó iglesias, monasterios y escuelas en toda la isla, haciendo que el proceso de evangelización tuviera un impacto mayor en términos de aceptación.
La historia de ese britano del norte es la de un misionero convertido por la fuerza de las circunstancias. Se dice que fue secuestrado por unos piratas y obligado a trabajar de esclavo en Irlanda.

Su aparición en tiempos en que la isla estaba dividida en clanes de druidas es de una importancia capital, porque le permitió intimar con ellos y le dio la capacidad de transformar desde adentro, desde el conocimiento mismo de sus leyendas y de su fe.

Los nuevos aires cristianos entran cuando el misionero cruza el mar de los irlandeses por segunda ocasión, ya no como un joven cautivo obligado a trabajar de esclavo, sino como un predicador.
Su labor misionera está recogida en la catedral irlandesa en 39 imágenes que muestran de izquierda a derecha su encuentro con los piratas, la etapa de pastor, el trabajo de conversión, el bautizo y su muerte.

De acuerdo con la historia, su relevancia viene dada por el poder para tejer la fe cristiana con el mundo celta, a través del respeto por las leyendas, los mitos, y de adentrarse en la psiquis de los nativos.

El hecho de atravesar el imaginario celta, el tejido de sus héroes legendarios y ese mundo sagrado para entroncarlo con la nueva fe, en una política de coexistencia y sincretismo, acarreó un fenómeno espiritual que entrelazó fe y espiritualidades.
Y si hoy me permito traerlo al relato es porque en el caso de Irlanda el proceso de cristianización fue único, particular, de mucho arraigo y tuvo connotaciones muy diferentes a como se dio en el resto de Europa.
Los monjes que llegaron y la fuerza de sus espacios fueron cruciales en el proceso cultural de la isla. De hecho, esenciales en la formación de la identidad histórica del pueblo irlandés.
Sencillos, austeros y en la tranquilidad de una vida comunitaria, ellos formaron parte de aquellos copistas sobre los que recayó la salvaguarda del conocimiento de civilizaciones ancestrales para la posteridad.

Aunque los irlandeses tienen un carácter fuertemente católico, la catedral de San Patricio es anglicana y no está subvencionada por el gobierno. Se construyó junto a un pozo donde se presume que eran bautizados quienes se convertían al cristianismo.
Originalmente en el siglo V fue una iglesia de madera, luego reconstruida en piedra, hasta que en el siglo XIII se levantó la actual, con una rica tradición musical y un órgano de cuatro mil tubos que se toca con pies y manos.
Cuando bajas de los castillos eternos, del pasto verde de las tierras rurales y paseas por Dublín, tienes que hacer un alto en esa catedral, porque allí está esa sensación de cálida bienvenida, en medio de una ciudad vibrante, apasionante, testigo de un espíritu de libertad y juventud como pocas ciudades tienen.

Muy completa esta información ,he adquirido conocimientos interesantes , sobre esta parte de la historia d Irlanda
vinculada a San Patricio y su labor micionera, motivo de celebración de trascendencia mundial.