Pese a que no escribí de Francia en las primeras entregas, tenia muchos deseos de hacerlo. Mi acercamiento a esa nación fue una década atrás y hablar de ella es como hacerlo de Grecia o de Italia. Supone viajar muchos siglos y dar luz a un sinfín de ideas y personajes que terminaron marcando los destinos del mundo.
Esas tres naciones conforman un triángulo sagrado en la historia. Una fue la cuna del saber y dio sustento a la otra para volverse un imperio fuerte y ésta a su vez proyectó su magnificencia para encender en la tercera las ideas de la Ilustración.
Francia es la ciudad de las luces. Es la chispa que inspiró los procesos independentistas del nuevo continente y está detrás de los proyectos de estados nacionales de los pueblos americanos y de muchas naciones de Europa.
Las ideas generadas allí terminaron definiendo el rumbo de la humanidad. El mundo consiguió ver en su ejemplo la base y el pie para el respeto por la autodeterminación y los derechos humanos.
Por eso es que escribir sobre ese país supone abarcar mucho en la línea cronológica del tiempo.
Para entenderlo y ver de donde viene su esplendor, hay que empezar por los inicios, acercarse a los tiempos de Carlomagno, cuando en el 768 fue coronado rey de los francos.
Ese gobernante, descendiente de los carolingios, fue el primero que se preocupó por tratar de preservar la herencia romana luego de que ese vasto imperio cayera, y eso propició que creara a su alrededor un mundo con una riqueza cultural enorme.
Solo si partimos de ese referente, en épocas donde el conocimiento del mundo estaba encerrado en las abadías, es que podemos entender el aporte tan trascendente que tuvo esa figura.
Al fortalecer los misioneros y monasterios creó un florecimiento que la futura nación agradecería por siempre.
De talla suprema y gran visión, Carlomagno fue capaz de expandir un reino hasta convertirlo en un imperio, porque entendió la importancia del conocimiento. Muchos de los grandes tesoros de la nación se crearon en esta época.
En el recuento de la historia precisamos tomar eso como base para entender un país en cuya formación hubo de todo: períodos florecientes y otros caóticos; esplendores y turbulencias; destellos y oscuridades.
Desde enfrentar incursiones vikingas hasta liderar las cruzadas en tiempos medievales, lo que hoy llamamos Francia desarrolló un espíritu de supervivencia con el que mantuvo a raya a los rubios gigantescos con barbas que implantaban el terror en las tierras bajas.
Huyendo de ellos negoció las tierras de Normandía y de allí partió otra figura que sería crucial en su historia.
Ricardo Corazón de León fue uno de esos hombres que ayudó a forjar su destino, hasta montarla a caballo, hacerla atravesar Europa y llegar al otro lado del mar, para protagonizar una de las guerras más sonadas de la historia.
El país que nos ocupa fue el artífice de la guerra santa y el epicentro de donde partió la idea de resguardar los territorios sagrados.
De él salió un escuadrón de caballeros para custodiar las reliquias del temple en unas campañas bélicas que duraron muchos años.
Eso le dio poder y un peso en la historia. Y si hoy lo traigo al relato es porque también le propinó una marca sombría, cuando fue decidida la quema en la hoguera de esos caballeros de armadura que el mundo conocía como templarios.
Engañados, difamados y declarados ilegales, la maldición lanzada por el último de estos hombres pesó en los destinos del país.
Trece generaciones debieron pagar las consecuencias de aquel hecho despiadado. Vino la saga de reyes malditos, la peste, la ruina, el horror y la guerra de los Cien años contra Inglaterra.
Hoy es la ciudad luz, pero tuvo muchos períodos de oscuridad como el que siguió a ese hecho donde la fe estaba vencida y del que pudo salir gracias a esa figura mítica que la historia recordará como Juana, la doncella de Orleans, quien ayudó a restaurar la nación.
Con un destino muy elevado, ese personaje que nació alrededor de 1412 en una aldea, a 260 kilómetros de París, es otro de sus arquetipos en tanto le tocó guiar al ejército francés para sacar a los ingleses del territorio.
Con un estandarte se lanzó a la batalla y recompuso la fe perdida de un pueblo que había perdido su dignidad. Se volvió leyenda, porque le dio a Francia una nueva razón de ser.
Y ese toque de luz en el momento más adverso la llevó a ser considerada la semilla, la formadora de la nación francesa, esa que intento hoy describir y que tuvo tantos altibajos en su historia como una montaña rusa.
De ella hasta Napoleón y la revolución, Francia es un hervidero nacional. Su estallido marcó un antes y un después en la historia mundial.
Se le considera la espina dorsal de la modernidad, del pensamiento racional, de esa manera diferente de pensar.
Ella fue junto a Italia la que desató la explosión de colorido en la música, en las artes, en las ideas, cuando el Renacimiento entra en contacto con el mundo clásico creado por los griegos.
Esa mirada a lo antiguo buscando la raíz del futuro, los destellos luminosos de su historia y sus grandes personajes, ayudaron a forjar un destino que está entre los primeros que cualquiera desearía pisar.
Bella e ilustrativa esta publicación ,como siempre pones mucho esmero en todo lo q nos compartes aportando datos muy útiles q hacen extremadamente interesante cada tema q desarrollas .
Hermosa Francia !!. Gracias Sissita por hacernos llegar su historia . Un país que no he visitado .. pero por su descripción te invita a conocerla. Debe ser un deleite por su desarrollo y elegancia .!