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Foto del escritorSissi Arencibia

En ocasiones me acuerdo del gato de Alicia.



Alguien me dijo una vez que enseñar formaba parte de mi propósito, que podría vivenciar grandes sucesos y que el acto de manifestar sensaciones era inherente a mi paso por la vida.


Cuando preparo cada viaje, llego a cada lugar de este mundo y palpo sus encantos, sabores, y tengo oportunidad de integrar lo que veo y recrearlo en el papel, pienso en aquella aseveración.


Mi llamado tiene que ver con eso: con vivir y contar, con aprender e integrar. Mi caudal viene de ese manantial consciente e infinito que es el universo para enseñar y, tal vez, para inspirar a otros.


Es como una especie de cualidad álmica, dirían los entendidos en el tema. Todo lo que recibo me llega como un canal de bendición que, quizás, pueda tener que ver con mis capacidades para asimilar y comunicar después.


Lo cierto es que una parte de mí se conecta para alimentar esa curiosidad infinita que termina por llenar mis días y hace que estos sean distintos.


Da igual si en la experiencia hay nubes o sol, si hay frío o calor, lluvia o viento. Cada una de ellas me lleva a sentir sensaciones que alimentan lo que tengo que decir. Mi estado de ánimo jamás se ve comprometido con los cambios del tiempo.



Por eso confío en todas las ideas y en cada uno de los impulsos que me llegan cuando concibo un viaje, porque son esas cosas que nacen de mi interior las que me permiten descubrir, las que me llevan a experiencias infinitamente satisfactorias.


Hoy soy consciente del poder que tengo para vivir esas aventuras, de la libertad con la que decido disfrutarlas, de la manera en que elegí respetar lo que quiere mi ser y esa es una realidad que va hacia delante.


Y, si he sido llamada a contar mi experiencia de vida, de alguna forma es porque he convertido en maestría lo que hago.


Hay una gracia en todo eso. Un esfuerzo recompensado, un resultado de haber invertido tiempo, recursos y tener un propósito definido.


Hace algunos años supe que necesitaba cambiar el orden de mis prioridades y eso supuso una alta exigencia de mi parte, pero me mantuvo concentrada para enfrentar los desafíos.


Empecé por comprenderme, por preguntarme hacia dónde quería llegar y qué debía hacer para alcanzarlo. En medio de esa disyuntiva, me acordé del gato de Alicia.


Una pincelada reveladora que ella encontró en su mundo de maravillas, donde las reinas tienen ejército de naipes y los conejos visten de chaleco, y te apremian para que lo sigas hasta caer por el agujero de su madriguera.


El de Alicia era un mundo extraño, asombroso, disparatado e insólito, que desafiaba la lógica de una forma increíble. Pero estaba lleno de armarios y estanterías con libros, de mapas y cuadros colgados con ganchos, de encantadores jardines y mundos fantásticos.


Entre todo ese universo de orugas que reparten consejos, conejos preocupados por el tiempo y un sombrero loco que guiaba a través de sus acertijos, el gato era la fabulosa expresión de que el camino a seguir debía corresponder al interés de hacia dónde se quería llegar.


A veces las lecciones vienen de los lugares que menos esperas y gracias a ese formidable libro y a muchos que leí a lo largo de la vida dejé de tener miedo de lanzarme a lo desconocido y aprendí a confiar en la incertidumbre.


Fluir con las situaciones que nos pasan te lleva a ver mejor la senda que atraviesas. También a aceptar de mejor manera los retos y desafíos que guarda el camino.


A la niña del relato le pasaban cosas poco corrientes que le hacían pensar que eran muy pocas las realmente imposibles. Por eso para ella no parecía servir de nada quedarse esperando en la puerta sin cruzar al otro lado.


Traer las andanzas de Alicia a mi vida hizo que el viaje fuera sorprendente, porque con ella reforcé la idea de que los límites solo están en la mente y que la única forma de lograr lo imposible era creer que todo era posible.


Palpar el poder que brotaba de mis manos, hizo que me resultara fácil considerar que en el camino estaba mi pasión. Sentía, al igual que aquel personaje del libro de Lewis Carroll, que debía ser amable con mis pies, porque “estos podían decidir no ir adonde quería”.


No he dejado de ser amable con ellos desde entonces. Tampoco he dejado de recordar la sonrisa del gato y su atinada advertencia.


La vida me demostró de muchas maneras que cuando decides alcanzar cualquier objetivo, surge dentro la convicción y la fortaleza para romper barreras y luchar por lo que deseas.


Algo se mueve en tu interior y te invita a salir hacia lugares inesperados.


Gracias a eso y a preguntarme a mí misma si estaba satisfecha con lo que hacía, pude encontrar lo mejor del camino, porque cuando andas sin pensar en lo que podría pasar, es cuando suceden cosas maravillosas e inexplicables.


Tanto como ella, yo me preocupaba por mis extraños y recurrentes sueños de viajar el mundo y contar historias, en un lugar donde era prácticamente imposible soñar con esa suerte de cosas.


Pero fueron esos sueños anidados en mi interior, iluminados por esa fuerza mayor que los colocó ahí, los que me llevaron a buscar lo extraordinario y a topar con personas capaces de vivir una vida auténtica.


Hoy soy consciente que, en ocasiones, una pregunta simple, como la de la Oruga azul en el texto de Carroll puede cambiar el rumbo de nuestra vida. ¿Estás satisfecha ahora?, preguntaba. “No puedo ayudarte si no sabes quién eres”.



Con los años amé esa frase porque me hizo consciente de mí y de mi identidad, me ayudó a estar atenta a lo que pasaba en mi interior y a respetar mi enorme curiosidad.


Con las experiencias mágicas de aquella niña comprendí que cuando vas tras tus sueños terminas viviendo fantásticas aventuras.


Llegar a eso que queremos, que en mi caso terminó uniendo el viaje con el cuaderno, hace que cada rato recuerde al gato de Alicia.



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1 commento


estrehernandezfuentes
25 set

Bonita historia q te ha permitido encontrar respuestas ,a través ,d las enseñanzas q implica su lectura ,vivir tus sueños y contar tus experiencias .

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