Para los búlgaros Rila es veneración y respeto, orgullo e identidad. Es su joya más preciada y querida, porque en ese antiguo monasterio están los restos de San Juan, el protector de la nación.
Arropado por bosques y ubicado a unos 120 kilómetros al sur de Sofía, en él está la esencia de Bulgaria en tanto fue la cuna del movimiento renacentista en ese país, luego de cinco siglos de ocupación turca.
El monasterio continúa habitado por monjes y está integrado al patrimonio de la UNESCO. Desde la Edad Media se ha mantenido como un bastión de identidad nacional, ya que en torno a su centro giró la vida social y espiritual de los búlgaros.
Fundado a fines del siglo IX, fue edificado siguiendo los pasos del monje Juan, quien por esas épocas decidió vivir como eremita en una cueva de los alrededores.
San Juan es el patrón de Bulgaria y el primer ermitaño del país. Nació en el año 876 y a los 25 años decidió abandonar la vida de pastor, para internarse en el bosque, meditar y vivir en soledad en una gruta que fue su morada por 12 años.
Sus pupilos se instalaron cerca de la cueva para recibir sus enseñanzas y bendiciones. Él fue la inspiración para construir el monasterio, el cual se interna en las montañas del propio nombre.
La historia búlgara da cuenta que fue destruido e incendiado en varias ocasiones hasta que al final se erigió en piedra en forma de fortaleza. Hoy brinda al que llega la sensación de que se acerca más a un castillo que a un monasterio.
En sus días de gloria -allá por el siglo XVIII- parece haber albergado unos tres mil monjes, pero su valor más auténtico es que fue centro de la cultura búlgara durante toda su vida.
En Rila hubo escuelas y allí se imprimieron libros de estudio. El monje Neofit Rilski, uno de los seguidores de Juan, escribió el primer texto de gramática de la lengua búlgara e hizo la primera traducción de la biblia.
Antes de morir (1793-1881), ese monje fue abad, profesor, artista, lingüista y traductor. Se le consideró un importante exponente del denominado Renacimiento nacional búlgaro.
Allí reposan sus restos al igual que los del feudal Hrelja y los del rey Boris III. El primero, por su papel en la reconstrucción del monasterio en el siglo XIV y el segundo, por ser el artífice en la reconquista de la soberanía de Bulgaria durante la primera mitad del siglo XX.
Por eso es que algunos dicen que un señor feudal, un monje y un rey resumen la historia del país. Tres figuras lejanas en el tiempo, pero próximas en el espacio y cuyos restos conserva el recinto.
En el centro del complejo se erige la iglesia de la Natividad de la Virgen María, con sus cinco cúpulas, tres altares, dos capillas laterales y su rico iconostasio.
Los frescos de su galería son impresionantes y dejan ver escenas de numerosos pasajes bíblicos.
Al igual que en Bachkovo, allí se exhiben los murales de Zacarías, un pintor que para los búlgaros tiene un toque de genialidad porque se permite algunas sutilezas cuando pasa revista al juicio final.
En las paredes está reflejada la lucha eterna entre el bien y el mal. A nivel inferior un surtido catálogo de penas del infierno, un camino tortuoso de traiciones, tentaciones, lujurias, engaños y bajezas de la condición humana que el bien termina por aborrecer.
El monasterio parece una fortaleza desde el exterior, con su torre defensiva. Con él completé la perspectiva de Bulgaria.
Está internado en la montaña, en un paisaje dominado por lagos glaciares, y llama la atención por su fachada con franjas de colores y unos 300 compartimentos para monjes distribuidos en cuatro pisos.
Bajo la protección de San Juan, a los monjes tocó defender sus reliquias frente a todos los ataques, incluyendo el de los invasores bárbaros que incursionaron en estos perímetros del mapa.
Ellos hicieron valer la palabra, la lengua, y los valores de la nación. Por eso, a Rila se le considera epicentro de la conciencia nacional y el monumento histórico, cultural y arquitectónico más importante y antiguo del país.
Y con esos tintes de identidad me despedí de Bulgaria, un destino donde el 90 porciento de los pobladores son cristianos ortodoxos, aunque muchos albergan un componente místico en su naturaleza.
Eso los lleva a hacer un guiño cuando mencionan a Baba Vanga, un personaje peculiar que recuerdan de las historias de su niñez y que está atado a las memorias de la abuela.
Muy cerca de Rila, justamente en Melnik, conviven esas historias de la Bulgaria tradicional en las que se permiten creer, “por si acaso”, como ellos dicen.
Asintiendo cuando niegan y negando cuando están convencidos de afirmar, los búlgaros son esa clase de gente que ama con pasión los espacios religiosos, pero también adoran los sitios abiertos como El bosque de la cruz, una tierra sagrada donde sienten una energía difícil de explicar.
Muy interesante la historia y todo lo referido al monasterio de Rila así como su belleza arquitectónica . Un placer seguir tu página por todo el conocimiento q nos aporta