top of page
Foto del escritorSissi Arencibia

El corazón de Amsterdam se mueve a golpe de pedal.


A Holanda entré con una fuerte expectativa. Bañada por el río Amstel, es la ciudad de los canales y las bicicletas, donde están los molinos de Rembrandt, los tulipanes de Van Gogh, el famoso Barrio Rojo y la tierra de Ana Frank.


Se trata de un país del noroeste europeo mil veces pintado y retratado en bellas estampas a través de los siglos, con una red de canales fluidos desarrollados durante la Edad de Oro y un tesoro en obras de arte que permanecen allí desde el siglo XVII.


Sentía curiosidad por saber cómo compaginan esas imágenes tan tiernas ligadas al agua, a los tulipanes y a los molinos con el régimen de tolerancia y libertades que tiene esa nación, que parece ir por delante de las demás de Europa.


Lo que en casi todas está prohibido aquí resulta ser un distintivo.


Caminar por el distrito conocido como Barrio Rojo supone topar con personas que andan zigzagueando sin sentido por sus calles, mientras las chicas se exhiben en vidrieras, bajo un esquema legal y autorizado.


Se trata de un lugar ajetreado con una extraña mezcla de vida concentrada en un pequeño barrio, con los callejones coloreados de rojo, donde suceden muchas cosas al mismo tiempo y mentalmente se necesita de un esfuerzo para poder procesarlas.


Ese es el primer impacto y es una experiencia sensorial fuerte. Para algunos, lo más curioso de Amsterdam.


Pero, la capital de los Países Bajos es más que eso.


Para empezar, se trata de una nación que geográficamente se ubica por debajo del nivel del mar, erigida sobre un pantano, con la proeza de vivir en un espacio ganado al agua. Posee unos 165 canales y unos mil 300 puentes.


Aunque sea de las más desarrolladas del mundo, su corazón se mueve a golpe de pedal. Hay tres bicicletas por cada habitante, los ciclistas gozan de la mayor preferencia en la circulación vial del país, que dispuso unos carriles auténticos en las carreteras para estos fines.


Me enamoré del paisaje holandés. Nunca hasta ese momento había visto de cerca un molino, elemento típico de importancia para la economía local, que solo lo había visionado a través de la pintura y los libros.


Agradecí acercarme a esa especie de fortaleza, erigida sobre el montículo. Su apariencia de torre poligonal y armazón de madera contrastaba con la firmeza de sus aspas, que parecían plantar cara a las nubes que se cernían sobre aquella mañana.


La estructura se alzaba de manera triunfal sobre la ribera del Amstel, brindando la misma impresión de la escena salida de la paleta de tonos pardos que Rembrandt inmortalizó en su visionaria pintura en el siglo XVII.


Pero a ese toque romántico, todavía le faltaba el de los pueblitos de Market y Volendam, uno con su población pesquera y el otro con sus casitas de madera y famoso por la producción de quesos.


Para entender Holanda, hay que venir a sus espacios tradicionales y a sus pequeños puertos, donde todo está cuidado hasta el último detalle y son los escenarios que enriquecieron el impresionismo de Van Gogh.


Aunque no alcancé a ver los tulipanes florecidos, sí observé desde la costa la faena pesquera y recordé al pintor que soñaba con pintar y luego pintaba sus sueños, según sus propias palabras.


Tanto como él, sabía que los pescadores conocían que el mar era peligroso y la tormenta, terrible, pero nada les impedía hacerse a la mar.


La verdad me hubiese quedado por algunos días en aquellos sitios, pero había otra historia, mucho más fuerte, que me hizo venir a Amsterdam y que guardaba relación con un libro usado y de páginas amarillas que leí con avidez cuando era adolescente.



Aquí vivió Ana Frank, la joven judía, víctima de la II Guerra Mundial. Su diario me acercó a este lugar, a un edificio dividido en dos casas, al refugio donde estuvieron escondidos ocho personas y solo su padre sobrevivió a la guerra.


Todavía podía oler su miedo cuando apuntaba en su diario, y mis ganas de estar ahí valieron la pena. El camino dentro del museo está señalado y hay que seguirlo. Las paredes están llenas de citas, de fotografías y objetos, pero nadie habla.


Todo se convierte en observación en esa casa, con una fachada perfecta para un escondite, una ventana hacia la calle por la que nunca podían asomarse, y unas escalerillas estrechas donde había que caminar sin hacer ruido de día, para que nadie escuchara.


Una estantería giratoria oculta el acceso al refugio y allí se mantiene como testigo silente del encierro, de la oscuridad, del silencio.


Un espacio vacío que a su vez está lleno de todo, porque la historia de esa adolescente es de esos testimonios sentidos que pasaron a la posteridad.


Allí está su diario original y muchos otros cuadernos que también llenó en su escondite durante dos años, justo frente a los canales de Amsterdam.


Curiosamente los mismos que fueron testigos de ese episodio triste, pero que hoy te permiten revivir esas pequeñas emociones que, como alguien dijo, son como capitanes en nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta.



53 visualizaciones4 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

4 Comments


Odalys Hernández Fuentes
May 15, 2023

Como siempre una buena combinacio'n de belleza, historia y cultura

Like

aidafuentes1942
aidafuentes1942
May 15, 2023

Sissita leer sobre lo que relatas de Amsterdam es como si estuvieras allí. Me gusta mucho ese lugar rodeado de tantos canales y también de bicicletas. Sus paisajes son maravillosos Pero qué interesante el Museo de Ana Frank. Te felicito por haber logrado tus sueños de adolescente.

Like

aidafuentes1942
aidafuentes1942
May 14, 2023

Sissita qué lindo las Brujas. Me quedé encantada con esos lugares tan hermosos.

Like

Joaquin Uscanga
Joaquin Uscanga
May 12, 2023

Roque hermosos lugares e interesantes la verdad gr por compartirnos tus experiencias en los viajes que realizas gracias mi estimada sisi

Like
bottom of page