La mañana en que bajamos al mar Muerto sentí una exaltación diferente. Hacía tres días que había llegado a tierra santa y descender 400 metros el nivel del mar, hasta la mayor depresión del planeta, provocaba una palpitación diferente.
Íbamos acercándonos al principal escenario de las revelaciones monoteístas y donde tuvieron lugar escenas bíblicas. Estábamos en el tramo entre Israel y Jordania, donde se fundaron muchas ciudades antiguas, según los textos sagrados. Eso significaba mucho para mí.
Para llegar al mar Muerto había que atravesar el desierto de Judea, un trayecto baldío donde cualquier signo de vida es un milagro y, por contradictorio que parezca, tampoco en las aguas de aquel lago salado había nada que buscar.
Sin embargo, era una de las zonas más disputadas de todos los tiempos. Durante generaciones, las tres religiones habían pugnado por estos límites geográficos, que yo también tendría el honor de pisar.
Fue en las inmediaciones de aquellas aguas que se avistaban a lo lejos que se encontraron los rollos de Qumrán y se asentaron los esenios, de cuyo origen es Juan, apodado el Bautista, quien anunció la llegada de Jesús.
Pensaba en todo eso cuando el autobús iba en dirección al fuerte de Masada, donde tuvo lugar un asedio legendario y que la historia recoge como el último bastión de resistencia judía frente a los romanos.
Todo se mezclaba en la mente de forma mágica y resultaba igual de impactante.
Narrarlo supone para mí volver a sentir ese amasijo de sentimientos que te arranca ese punto del mapa, un área endorreica en la que el agua no tiene salida fluvial hacia el océano.
Lo que conocemos como Mar Muerto es una especie de lago que no evacua agua por desagüe, ni por infiltración, solo evapora en su superficie todo el líquido que colecta de su cuenca hidrográfica.
Son aguas muertas con una especial densidad que es aprovechada por todo el que llega para fotografiarse flotando. Sus riquezas minerales (unos 35 tipos) y su alta composición salina (del 280 por ciento) hacen que ningún ser vivo pueda habitar allí.
En él hay una sola garantía y es que quien se bañe le será imposible hundirse en sus aguas. Abrir los ojos al interior de ellas podría dejarte ciego y adentrarse descalza podría ser muy perjudicial, ya que el piso está lleno de cristales de sal que podrían lastimar.
La visita al Mar muerto se hace casi en paralelo a la excursión a Masada, un emplazamiento construido sobre un promontorio rocoso que fungió como residencia real en tiempos de Herodes El Grande, quien decidió su fortificación ante la amenaza de territorios vecinos.
Ubicado a escasos kilómetros de la costa, el fuerte sirvió también de guarnición romana hasta que un grupo de rebeldes lo toman como base de operaciones en el año 66 d.c, cuando estalla la rebelión judía.
Según cuentan las crónicas de la época, a lo largo de la guerra Masada acogió a una multitud de judíos que huían de la destrucción que se extendía por todo el país y que incluyó la del templo de Salomón.
Los reductos rebeldes tomaron las fortalezas que se alzaban a orillas del Mar Muerto, una de las cuales fue Masada, donde tuvo lugar una encarnizada resistencia que obligaría a los romanos a organizar una de las mayores y más arduas operaciones de asedio de su historia.
Cuentan que el cerco de ese bastión planteaba muchas dificultades por el enclave de la zona, cuyas altas temperaturas en verano y las heladas en invierno impedían practicar la agricultura. Eso, junto con el abasto de agua y víveres que eran traídos desde mucha distancia no beneficiaba a las tropas romanas.
Sin embargo, para los defensores de la fortaleza el clima en lo alto de Masada era más benigno y contaban con provisiones, agua y víveres.
Luego de algunos años, cuando se recrudeció el asedio, terminaron persuadidos que lo mejor era quitarse la vida para ahorrarse el oprobio de verse humillados.
Casi mil cadáveres fueron encontrados en ese bastión como resultado de la determinación judía. Dicen que su recuerdo se perdió durante unos dos milenios hasta que fue redescubierto en el siglo pasado.
Lo cierto es que esa lucha épica, esa resistencia entre el poder de Roma y unos pocos judíos acabó por convertir Masada en el lugar mítico que es hoy en día. Un moderno funicular provee un rápido y descansado ascenso al macizo, que todos recuerdan aquí como el último bastión judío en las cercanías del Mar Muerto.
Historia pura, hay que cambiar el apodo de profe a quien realmente se lo merece
De regreso para continuar el aprendizaje con mi profe de historia universal. Excelentes relatos.
Es historia milenaria, que detallas con todo tu tránsito, por un lugar
Tan sagrado y relevante, esto es inmenso gracias a demás de tu bella
Escritura. Besos mi niña.
Que lindo ese lugar !!. Otra bendición para esa tierra . Vivir esa experiencia debe ser hermosa y las propiedades curativas que tiene por la cantidad de minerales allí son impresionantes. Me hubiera encantado visitarlo pero no estaba en nuestro recorrido .. linda experiencia has vivido Sissita .. y cuando La redactas te imaginas disfrutando el lugar .. que Dios te regale vivir muchas experiencias cómo está. Bendiciones
Sissita qué impresionante descripción. Hoy aprendí algo nuevo sobre esos legendarios lugares, que para mi eran desconocidos. Tu forma de transmitirlo me llevó a comprender la tristeza vivida por esas personas en aquellos tiempos. Te felicito una vez más. Espero el próximo.