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Acercándome al Dublin narrado por Joyce.

  • Foto del escritor: Sissi Arencibia
    Sissi Arencibia
  • 6 feb
  • 3 Min. de lectura


Las huellas más poderosas de Irlanda uno las encuentra en Dublín. Esa ciudad no solo destaca por ser una de las más animadas de Europa con sus pintas de cerveza y sus auténticos pubs, sino que en ella nacieron creadores literarios de talla mundial.


Ella permite seguir el rastro de Oscar Wilde, Jonathan Swift, Bram Stoker, Samuel Beckett, entre muchos otros, pero además cierra sus calles para hacerte vivir la experiencia de recordar a James Joyce en esa fiesta literaria que el mundo conoce como Bloomsday.



Después del Día de San Patricio, el de Bloom tiene esos tintes oriundos que provoca que el sitio entre como en un universo alternativo, donde los sabores y placeres del mundo de Ulises vuelven a estar de moda.


Los establecimientos sirven platos inspirados en las andanzas de Leopoldo Bloom, el protagonista de la obra; los fans salen a la calle vestidos de época y las palabras del genio cobran vida en un lugar, resistido a dejar ir lo que marcó su identidad.


Por eso cuando alguien como yo camina por donde el personaje de la novela compraba el jabón con aroma de limón o se adentra en el pub que solía frecuentar, tiene que aceptar la precisión descriptiva de Joyce, solo comparada con el Londres de Dickens o el París de Balzac.


Allí están las mismas fachadas de ladrillos rojos y las casitas con puertas pintadas de colores de un siglo atrás. También las avenidas por donde él transitaba, haciendo que Dublín quedara escrito en su corazón.


Todo un mundo de contradicciones y contrastes, con zonas de pobreza y abandono, pero también con elegantes plazas georgianas.


La mirada del creador se encontraba lo mismo en O´Connell St, la columna vertebral de la ciudad; como en el ala sur, con su estilo georgiano, el bohemio barrio del Temple Bar y la calle peatonal de Grafton St.


Tanto como él, da igual que te pares a alimentar gaviotas en el puente o entres en el Davy Byrnes, el pub donde el propietario sirvió a Bloom un sándwich de queso gorgonzola y una copa de Borgoña.


Cualquier lector puede encontrarse con una escena de la novela a todos pasos.


Comprometida con el sitio hasta el final de sus días, la narrativa de James Joyce está entrelazada con la vida del irlandés citadino, ese que solía frecuentar los pubs de Dublín.


Del lenguaje, las bromas, los matices, el acento y el ingenio de cada historia narrada en ellos sacaba el trigo para sus novelas.


Su genio se cultivó en Newman House, en lo que se conoce como el verde de San Esteban, uno de los espacios naturales más conocidos de la ciudad. Un parque con ambiente victoriano donde los estudiantes hacen sus pausas para comer.


En sus inmediaciones está el Museo de la literatura de Irlanda, un sitio que se necesita visitar, si la pretensión es acercarse a la vida del escritor.



Joyce abandonó su país, pero como todo buen irlandés siempre lo llevó en su corazón.


Él fue parte de una generación de escritores y poetas frustrados por la incapacidad de publicar sus obras y cuyo descontento terminó con el alzamiento de la Pascua en 1916.


Se dice que su entendimiento fue tal que si Dublín alguna vez desapareciera, podría reconstruirse a través de las palabras del autor de Ulises, uno de sus hijos más célebres.




El penetró en su médula y la reprodujo con absoluta fidelidad en esa adaptación modernista que hiciera de la Odisea de Homero y que muchos consideran la guía perfecta para conocer la capital irlandesa.


El día en que me acerqué a su universo, al lugar donde están sus recuerdos, me dejé seducir por la magia de ese encuentro.



Hojeé algunos ejemplares de esa novela extensa que resume los desafíos de la paternidad, del matrimonio y los esfuerzos por intentar ser escritor en medio de aquella época.


Contextualizarla es hablar de la sufrida historia de Irlanda, cuyos habitantes tiempo atrás quedaron rotos en pedacitos como consecuencia de la geopolítica, la reforma y las religiones.


Las heridas de este pueblo son profundas. Vienen de conflictos ancestrales y de un imaginario marcado por puntos de dolor que terminaron por desencadenar la rebelión de la Pascua y una permanente inconformidad que también está presente en la trama de Joyce.


La historia de sus barriadas, sus dolores y las cicatrices que terminaron en la Diáspora y en el exilio por los efectos de la hambruna, se cuelan de trasfondo en el extenso bagaje literario que esta isla dejó para la posteridad.



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Sobre este blog

Mis pasos han tenido la suerte de andar muchos caminos. Algunos con curvas que me hicieron caer; otros filosos en los que superé pruebas dolorosas y muchos gratificantes, que me llevaron a cumplir el sueño de explorar el mundo. Leer más.

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